Desde
hace unos años, estamos asistiendo con impotencia a un fenómeno
delictivo muy difícil de combatir y más aún con los recortes en
materia de dependencia y asistencia social. Me refiero a los malos
tratos y abandono de ancianos.
Nuestros
mayores se han convertido en víctimas potenciales de delincuentes
profesionales e incluso de sus propios familiares. Son despojados de
sus posesiones y abandonados a su suerte; y cuando los servicios
sociales se hacen cargo de ellos, se descubre que meses antes tenían
pisos a su nombre y dinero en cuentas bancarias.
Vamos
a distinguir dos tipos de delincuentes: por un lado, estarían los
familiares o allegados. En este caso sería un tipo de violencia
familiar, apropiación indebida, robo... Por otro lado, estarían los
sujetos ajenos al entorno del anciano, que es el caso qué más nos
interesa. ¿Quiénes son estás personas y cómo logran acercarse a
la víctima?
Podemos
distinguir las siguientes fases:
1.
Elección de la víctima.
Son
personas bien vestidas y arregladas. Merodean por zonas donde suelen
residir nuestros mayores. Frecuentan entidades bancarias y tiendas de
productos de alimentación; y es allí donde eligen a sus víctimas.
Suelen escoger a ancianos solos y con dificultades de movilidad.
2.
Primer contacto.
Estos sujetos acechan a la
víctima durante varios días, sin establecer contacto. Se fijan
sobre todo en los horarios del anciano, en el itinerario y en si va o
no acompañado. El primer día establecen un cruce breve de palabras
aparentemente casual, sin resultar pesados.
3.
Acceso a la vivienda.
El
anciano ya conoce al delincuente de vista y le resulta simpático,
piensa simplemente que es un vecino del barrio. Para acceder a la
vivienda el delincuente se suele ofrecer a llevarle la compra a casa.
Ya en la vivienda hace muchas preguntas, sobre todo, para saber cuál
es el nivel de vida de la víctima, cuántas personas viven en la
casa y los horarios de estas personas. Lo normal es que el anciano se
sienta agobiado y llame a algún familiar, entonces el delincuente
pone una excusa y se marcha.
Si
el anciano no desconfía, el delincuente intentará acceder a la
vivienda con frecuencia para localizar los objetos de valor. Pondrá
especial cuidado en dar datos falsos sobre su vida, enseñará fotos
de hijos que no son suyos, mentirá sobre su lugar de procedencia,
sobre su formación...
Cuando el anciano le comenta a su
familia que hay un “vecino” del barrio que le visita con
frecuencia, lo normal es que sus familiares se preocupen y muestren
interés por conocer a esta persona. Entonces, en el mejor de los
casos, el delincuente desaparecerá ante el interés de los
familiares. En muchos casos cuando interviene la familia el
delincuente se ha podido llevar joyas u otros objetos de valor del
domicilio, sin que el anciano los haya echado en falta hasta el
momento.
El
problema grave viene cuando el anciano está sólo. Cuando no tiene
apenas contacto social y tiene la salud muy deteriorada, entonces
está a merced del delincuente. En estos casos, se hace fundamental
el servicio de teleasistencia que ofrecen los Ayuntamientos. Pero una
intervención eficaz depende de que el anciano pida ayuda y denuncie
a estos sujetos.
Muchos
ancianos están siendo víctimas de estafas y son despojados de sus
ahorros por parte de estos delincuentes. Algunos bancos están
desarrollando protocolos de actuación y tienen instrucciones de
llamar inmediatamente a la policía cuando se sospecha que un anciano
no actúa por propia voluntad.
Últimamente
he tenido conocimiento de dos casos: por un lado, el de un anciano
con cáncer, Alzhéimer y Borderline (o trastorno límite de la
personalidad) al que su compañera sentimental ha robado su fondo de
pensiones, después de hacerle firmar un testamento que no respeta las
legítimas de los hijos. Y, por otro lado, el caso de un anciano
sordo que acudió a una entidad bancaria para poner todos sus ahorros
a nombre de una mujer joven que le acompañaba y que no tenía
parentesco con él.